miércoles, 14 de febrero de 2018

Ibermúsica aviso móviles Miguel Rellán

CURIOSO



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Existe un código, variable, con distintas versiones, pero asentado, de cómo comportarse cuando uno se sienta a la mesa a compartir una comida. De qué hacer si un anciano entra por la puerta del metro. De qué decir cuando alguien hace algo por nosotros, gracias. 


Del móvil, no nos han dicho nada. Lo desbloqueamos entre 80 y 110 veces al día, según indican estudios de Apple y del fabricante de apps Locket.


 Se ha instalado tan rápido en nuestras vidas que no ha habido tiempo de consolidar normas de convivencia. Abunda el uso desordenado, caótico, en ocasiones asilvestrado. Y así nos va.


“La hiperconectividad 
es perjudicial para la salud, como el tabaco”, dice el filósofo Puig Punyet


Vivimos permanentemente en alerta, dispuestos a responder a un nuevo estímulo, a una nueva dosis de adrenalina generada por un globito en la pantalla.
“Los estudios demuestran que cada vez somos menos capaces de tolerar el tiempo que estamos a solas con nuestros pensamientos. Necesitamos conectar con nosotros mismos”. Así se expresa por correo electrónico Sherry Turkle, prestigiosa psicóloga y profesora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), autora de En defensa de la conversación (Ático de los Libros), una obra en la que invita a utilizar con cabeza las nuevas herramientas tecnológicas. 


“La cultura de estar siempre conectado mina la creatividad de la gente, su capacidad para la soledad, sus relaciones. Al final, sufre su productividad, así como su bienestar”.
Así, poco a poco, vamos perdiendo la capacidad de tolerar el aburrimiento, 

una de las fuentes de la creatividad. 



Cuando alguien se aburre, algo se tiene que inventar para pasar el rato. Abrir un mensaje o comprobar si hay algún me gusta en el último post que uno ha publicado en una red social es una tentación difícil de resistir. 


“Es fácil entrar”, señala Oliver, “en el ciclo adictivo de la tecnología”.



Mensaje llama a mensaje. 

Emitimos pequeñas partículas de comunicación, réplica, tontería, contrarréplica. Resulta divertido, sí; a veces, un poco pesado. Y no dejamos de alimentar a la bestia.
“Sufrimos las molestias de la hiperconexión pero nos mantenemos conectados”, señala Amparo Lasén, socióloga de la Universidad Complutense de Madrid. “Sentimos el agobio, pero nos convertimos en demandantes de esa hiperconexión. Parece difícil decir: ‘Te quiero mucho, pero no te voy a responder siempre a los whatsapps”.
Y, sobre todo, parece difícil dejar claro que en ningún sitio está escrito que uno tenga que responder de inmediato.
Las expectativas de disponibilidad, señala Lasén, son cada vez mayores. Se exige cada vez más rapidez en la respuesta. Algo que, cuando las demandas se multiplican, en según qué entornos laborales, convierte el trabajo en avanzado manejo de malabares.
Estar afanado tecleando con el móvil entretiene; en ocasiones, engancha; en otras, ayuda a mitigar según qué vacíos.

La emisión continua de mensajes, en cualquier caso, no es solo cosa nuestra. Obedece a una lógica, es algo que las grandes tecnológicas fomentan, es algo que late en la arquitectura de las redes, ...
“Cuanto más tiempo estemos conectados, más rentables somos para estas compañías”, dice Enric Puig Punyet. “Si no existiera ese modelo de negocio, ahora no llevaríamos todos Internet en el bolsillo”.





Más allá de las medidas que adopten las empresas o los Gobiernos estamos nosotros. Todos tenemos en el día a día nuestra pequeña cuota de responsabilidad en todo este asunto, todos podemos contribuir a una existencia un poco menos enloquecida.
Una cosa es que algunos no nos dejen desconectar. Otra, que nosotros desconectemos.
 https://elpais.com/tecnologia/2017/02/24/actualidad/1487959523_030409.html

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